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El pausado latir de las alas de un «Búho».

elpuntavui.cat

JORDI BORDES CASTELLS

En el vuelo de una ave nocturna hay la belleza del control del planear con las alas y también la tragedia desconsolada de la víctima. Los actores de Titzina siempre ponen dosis de humor cotidiano que desarma las intelectualidades. En BÚHO, se habla de la pérdida de memoria, un motivo de pánico para un arte efímero como el teatro, que se disuelve en el tiempo y que solo deja rastro en la memoria social (prensa, archivos) y en la del público. Olvidar es desaparecer. Lo hacen desde unos personajes realistas (el médico y el paciente con un ictus que le ha trinchado la memoria reciente pero que mantiene la conciencia muy despierta) y el figurado (un espeleólogo investigador, un búho, almas que se confunden en el recuerdo…).

Un antropólogo forense es capaz de bucear entre un mar de “muchas preguntas y pocas certezas” hasta concretar una hipótesis racional sobre el crimen (o la muerte natural) de un cuerpo hace centenares de años. Titzina, con honestidad, hace una búsqueda similar desde el teatro, entre la palabra, la gestualidad y una escenografía conceptual con pinturas en la cueva que se borran como la nieve. Es un lenguaje al que han ido añadiendo palabra, pero no obviando una gestualidad. De “Folie à deux” a “Exitus” y “La zanja”, una evolución de su investigación en la escuela Le coq. El gesto envuelve la palabra como metáfora, como destilación de su investigación con el personal del Instituto Guttmann de Badalona, desde donde se han inspirado para esta obra. BÚHO no tiene una factura clara y brillante; es barro de un artista que lo modela. Es un trabajo pausado, sin trucos mágicos y especuladores de quienes ven como quien calla como si fuera oro. Si lo hicieran, su mascota ya no sería un búho, sino una vulgar garza ratera.